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Imágenes de Alicante,el parral

martes, febrero 5, 2008 Deja un comentario Go to comments

LITERATURA

EMPARRADO (óleo sobre lienzo), del pintor CERDÁ GIRONÉS

El parral está en cierne; los pámpanos acaban de crecer, ensortijados de zarcillos que se quiebran de tan tiernos. (…) las avispas vuelan con dejamiento, con descuido de sí mismas. No se preocupan ni de recogerse las patas. Deben haberse dicho:»Voy cerca, y no es menester que me suba las piernas; colgando van bien; tal y como estaba, sobra…»Esas zancas llevan una media de vello arrugadita y caída. Pasan, vuelven, meciéndose en el sol, distraídas y comadres.
Los abejorros, repolludos y malhumorados, se afanan por sentir mucha prisa. Si no se fijan ni cavilan más en las cosas, no es porque les falte capacidad de atención y ahinco; y si no, que se repare en bramido que llevan. Pues, si se estuviesen en torno del parral, no lo podría resistir el envigado; cada pámpano, se estremecería, doblándose bajo el impétu de su viento; una perdición.


«….Llegan los escarabajos con su negrura pavonada..En su sotanilla bombada y en su bonete, traen ellos todo el sol de los campos en una gota; todo el sol miniaturizado dentro de un azabache. Sus alas y elictras son un molino de hélices y exhalaciones moradas. Se pesan tanto a sí mismo que rebotan contra los pilares. Temen no haberse puesto las alas que les corresponden. Esa es su lástima.

!Tan bien acabados, esferoidales, carbonosos, bruñidos, organizados para empresas de terquedad, y con las mangas tan cortas que no les permiten sostenerse en todo el día del cielo!.
Ven la entrada oscura de un cañuto del techo del parral. Las avispas y los abejorros han visto ese agujero y nada. Pues los escarabajos no pasan delante del misterio sin escudriñarlo. Les obliga su naturaleza y su crédito. La creación les contempla. El mediodía tan grande, con tanto sol, no puede sumergirse en un tubo de caña. No importa: allí está el escarabajo. No temerá. Para él solo guardaba la tenebrosa aventura. Y se agarra al borde del cañuto y se va asomando.

Su cuerpo tan orondo principia a sudar y crujir, adelgazándose, afilándose para internarse en el abismo. Después, se queda silencioso; y en silencio, blandamente se hunde. Fuera, está toda la mañana esperándole. ¿Qué sabrá, a estas horas, el desaparecido? ¿Cómo podrá salir?

El desaparecido sale reculando, y en seguida se le enciende en su espalda y en su sombrero de luto los negros fanalillos al sol. Y se pasa a la otra caña horadada. Es otro misterio. No se cansará el investigador. Vuelve a sumirse; vuelve a salir; y acude insaciablemente al cañuto de al lado. ¿Qué hace dentro?

Está encogido, atendiendo lo que piensa de él la gloriosa mañana. A otro cañuto, después al siguiente; todos los pesquisa; y nunca acaba, porque tiene el goce doctísimo de volverá penetrar en los mismos misterios de los mismos cañutos de antes, sin darse cuenta.
Tocan las campanas, muy poco, cabeceando con pereza. Tocan lo preciso para acentuar «las doce». Mediodía exacto. Todo el pueblo se sienta a comer; y los jornaleros que están en la labor, dejan hincada la azada y la reja, y buscan su atadillo de pan, companaje y navaja….»

Del escritor alicantino Gabriel Miró.

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