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TRAJES HORTELANOS DE ALICANTE
Allí está la huerta con los manzanos en flor. La acequia con su agua cristalina, fría fluyendo entre bancales y acariciando las flores que se inclinan hacia ella. Allí crecen las matas de espinos con las moras blancas y negras, la almibarada higuera siempre rebosante y «las codoñetas», los dorados membrillos.
Más allá, el camino deshecho por una luz intensa que lo difumina en el horizonte. Por las ranuras de los carros llegamos al huerto: melones, calabazas, tomates, pimientos, coliflores, lechugas, alcachofas….. ofrecen un conjunto esplendoroso, colorista y brillante como estampas de la abundancia y la felicidad.
El lavadero está descendiendo al lado de la noria. Bajo su techo habita el frescor de una sombra limitada por una cascada de luz cegadora. Se oye el salto del agua y su culebreante avance delante de las mujeres inclinadas en su labor, abejeante conciliábulo de los «asuntos» de la aldea.
!Qué instante de eternidad produce contemplar vacío el lavadero. Allí resuena paso del tiempo, las anécdotas de la vida del pueblo y las risas de las mujeres, como zarcillos colgantes de arbustos coronados por destelleantes insectos…. todo rezuma a pan tierno y a la tonadilla de una canción que se aleja.
Pastorets y Pastoretes
Feu-me llenya que tinc fret
Pastorets y Pastoretes
Feu-me llenya que tinc fret.
No me la feu d’argilagues ,
Feu-me-la de romeret
…
Ramonet, si vas a l’hort,
porta figues, porta figues!
Ramonet, si vas a l’hort,
porta figues i ambercocs!
Trajes de la mujer alicantina
Bella y entrañable imagen de una calle del casco antiguo de Villena (localidad de Alicante) y de uno de los mútiples trajes típicos de la zona. Fíjense en el arco apuntado. Es una de mis preferidas de fotografías antiguas.
En la reseña Histórica de la Ciudad de Alicante de Nicasio Camilo Jover escrito en 1830 los trajes de la mujer alicantina son descritos con motivos de la visita Isabel II a Alicante, dice el cronista:
…» A las tres de la tarde se presentaron a la reina, ofreciéndole todo género de productos agrícolas e industriales de la provincia, cuarenta y nueve jóvenes bellísimas, en representación de otros tantos pueblos.
«Iban todas ells vestidas con los más lujosos trajes que se usan en sus respectivas comarcas; las del campo de Orihuela con sus sayas de seda o lana finísma, con dibujos recamados en brillantes piedras, oro y plata, y estambres de colores…….»
Lucían otras peines inmenso de plata sobredorada, pendientes de oro y esmeraldas. Os permitían ver unas las breves cinturas, las encubrían otras con rozogantes pañuelos de crespón……»
«La mayor parte os consienten ver sus pies, corto «el vestido con fina media y zapato ya blanco ya negro…..»
(LAS JIJONENCAS ENAMORAN AL CRONISTA)
Lejana aproximación al traje descrito en 1830
Las de Jijona llevan saya cortísima, a listas verticales blancas y azules: jubón o corpiño morado: pañuelo de muselina blanquísmo, con estampaciones a realce, van diseñando el turgente pecho, y cruzándolo ciñe la cintura y se enlazan atrás las extremidades…
Otro pañuelo a flores, puesto a la cabeza, y que suele deslizarse hacia los hombros, presta más poesía a aquellas mujeres deliciosas y perfectas en contornos…….»
Liso el cabello, atrás lo sujeta un cordón, y desde allí se tiende en longitud admirable por la espalda, ya trenzado… Collar de cristalinos granios azules o como gotas de agua, y pendientes sobredorados con espejuelos completan su adorno….. Por calzado alpargate que deja visible casi todo el pie…..»
«Al ver aquella cohorte de paraninfos, verdaderos anunciadores de la felicidad, las saludó una multitud con un murmullo que era un aplauso….»
La reina fue feliz en aquella Arcadia… preguntó su nombre a muchas de ellas y dio las gracias por los obsequios y presentes…..
«Tarde de monas» una entrañable tradición
Es propio del Domingo de Resurrección o Domingo de monas ir al campo. En Alicante hace años se solía ir a los dos Castillos: al de Santa Bárbara y al de San Fernando. Allí, entre los pinares, se reunían muchísimas familias; los niños y jóvenes pasaban la tarde saltando a la cuerda, aquí llamada la comba. Después se merendaba, y al finalizar, venía el postre que era la mona. (Ver «la mona» en la fotografía).
La tradición de «la mona» consiste en romper el huevo en la frente del otro antes de comértelo . A veces, todos escapábamos a la vez en nuestro intento de «esclafarlo»…por lo que se desarrollaban muchos trucos para acercarse » a la víctima», disimulando. Muchas veces al huevo cocido no se le rompía la cáscara y tenías que repetir la operación hasta pillar a otro desprevenido…. Algunos esperaban mucho tiempo con el huevo escondido en su bolsillo y cuando se habían reiniciado los juegos, aparecían de repente y te lo «esclafaban» en al frente..
En ocasiones, el huevo no estaba lo suficientemente cocido y derramaba su liquido por la cara del sorprendido ingenuo.
También había pactos: yo te lo rompo a tí y tú a mí. Y con solemnidad amistosa se cumplía el ritual; pero una vez más, el huevo se resistía a romperse… y siempre terminaba el rito a carcajadas…..!Cuánto nos divertíamos! …
Hoy en día, la tarde de monas es una tradición que se está recuperando más cada año..
Antonio Trujillo.
LAS MUJERES TEJÍAN INCANSABLEMENTE REDES DE SOLIDARIDAD Y CONVIVENCIA EN LA POSGUERRA (1)
NADA DE SOLEDADES
DOLORES JULIANO.
Los estudios modernos muestran que, en situaciones de crisis, la supervivencia del grupo familiar y la posibilidad de alimentar a los hijos, se apoyan crecienterrrente en redes de solidaridad femenina. En estas circunstancias, de las que la posguerra española es un buen ejemplo, las mujeres asumen las tareas productivas y las reproductivas; y el tiempo que dedican a «ganar el pan » lo obtienen desplazando hacia otras mujeres de la familia (fundamentalmente la madre, pero en algunos casos las hermanas, la suegra o amigas) la atención de los niños. De este modo, la cooperación entre mujeres, lejos de ser un fenómeno rnarginal, se constituye en el eje mismo sobre el que descansa la supervivencia del sistema social…..
…….A partir de esta óptica sesgada resulta muy difícil estudiar el asociacionismo femenino, que casi no ha dejado fuentes escritas, por lo que sólo a través de indagaciones a partir de fuentes orales podemos llegar a rescatar algunas de sus manifestaciones. Sin embargo, formaban parte de una amplia tradición de redes femeninas de aprendizaje laboral, que capacitaban a las jóvenes tanto en las tareas generales como en las específicas. Si tenemos en cuenta que muchas tareas que posteriormente se han profesionalizado y masculinizado como el cuidado de la salud, la crianza de los niños, la preparación y conservación de alimentos y vestidos, el cuidado y ornamentación del cuerpo y de la casa, eran tareas femeninas y necesitaban para realizarse cierta cantidad de preparación teórica y adiestramiento práctico, podemos entender que este adiestramiento lo recibían las novicias, de otras mujeres, dentro y fuera del hogar. Así las reuniones de curanderas, como los talleres de costureras o de peinadoras tenían el mismo objetivo laboral de capacitar a nuevas integrantes del grupo en las prácticas del arte respectivo.
Estas redes, femeninas familiares, las laborales, las de esparcimiento y las religiosas constituían un elemento de autorreproducción de la estructura social y no poseían efectos cuestionadores más que muy indirectamente, por el apoyo que brindaban a las mujeres integrantes de cada grupo, para desarrollar sus propios proyectos. Pero aún esta función indirecta parece haber entrado en colisión con el papel asignado socialmente a las mujeres, si vemos la incomodidad intelectual que ha producido el reconocimiento mismo de su existencia, que se ha materializado en una elaboración ideológica que niega la capacidad de las mujeres para mantener vínculos entre ellas y desvaloriza las relaciones que establecen.
Es evidente que las redes de relaciones femeninas pueden vehicular no sólo apoyo y solidaridad, sino también competencia y rivalidades, (como todas las relaciones humanas). No es por su «armonía interna «, (como propondría una aproximación funcionalista) por lo que merecen ser estudiadas, sino porque constituyen una parte tan significativa como negada de las relaciones sociales.
Existen muchos estudios de asociacionismo masculino (gremios, sindicatos, partidos políticos, clubs, sociedades gastronómicas, etc.) y muy pocos sobre redes femeninas, hasta el punto de que las herramientas para hacer el estudio de estas relaciones han debido construirse al efecto. La dificultad no resulta sólo del hecho de que las relaciones femeninas sean informales, sino de la circunstancia de que se desarrollan en ámbitos no acotados para un fin específico. Por eso entrevistas extensas e historias de vida como las que se recogen en este trabajo, constituyen una fuente insustituible para conocer el entramado social que unía a las distintas familias del Casco Viejo de Alicante, y acercarnos al papel central que en ese entramado cumplían mujeres tan notables como Marieta «La Pansaca «, Tona o Teresa «La guapa «. Leer las entrevistas nos permite asomarnos a ese mundo próximo y desconocido, en que primaban aún las relaciones interpersonales y donde las mujeres tejían incansablemente las redes de la solidaridad y de la convivencia.
ESTUDIOS MUNICIPALES: de «VIVA VOZ LA POSGUERRA EN EL CASCO ANTIGUO»
EL TREN BOTIJO MADRID – ALICANTE
Fotografía de 1930 en la que se ve a cada viajante con su maleta y su botijo para beber agua durante el viaje.

«Alicante en la Memoria» revive con este fragmento del relato «De mis Memorias» de Faustino Franco Pascual, III premio de la Asociación de Jubilados Tiulados de Enfermería de Alicante. Rememoramos vivencias de otros tiempos, llenas de simpatía.
Foto tren de Asturias. Es una muestra de lo que era la carbonilla, aunque este no era el tren botijo, porque no los ven.
A las 8 de la mañana, parte el tren botijo, que era el más barato hacia Alicante y con mucha pena y entre humaradas de la locomotora, vi alejarse la silueta de Victoria en el andén, mientras ambos nos lanzábamos besos con las manos…..
El 12 de enero de 1960, empecé a saber lo que era un viaje en el Transiberiano Botijo Exprés.
Andaba el tren, a mi parecer entonces, a gran velocidad, acompasado por «el tran- tran» del golpeteo de las ruedas contra las juntas de los trozos de rail, que a los distinguidísmos viajeros que íbamos apiñados en aquellos vagones de madera – después de skay verde- y dicho golpeteó nos servía de velocímetro y al empezar a divisar el Cerro de los Ángeles, se empezó a discutir la conveniencia de abrir o cerrar las ventanillas del vagón, porque el vagón , estaba empezándonos a martirizar. Algunos eran partidiarios de abrir de par en par para que corriera el aire, pero otros opinaban que según la dirección del viento si abríamos, el vagón se nos llenaría de humo y carbonilla.
Lo cierto es que cuando llegamos a Aranjuez ya habíamos hecho dos o tres paradas. En Aranjuez, hubo parada y fonda, y venían a ofrecernos, por su dinero cestillos de fresas y fresones . No podíamos alejarnos del tren, porque a pesar de que la parada, según anunciaban a voz en grito, sería de cinco minutos solamente, lo cierto es que estuvimos detenidos más de media hora, por lo que decían los privilegiados que llevaban reloj de bolsillo o de pulsera y corríamos el riesgo de que en cualquier momento el tren diera un pítido y se pusiera en marcha.
Allí me enteré por qué a aquel tren lo llamaban el tren botijo y es que los experimentados llevaban consigo unos botijos de barro blanco, llenos de la deliciosísima agua de Lozoya, y atado a una cuerda de cáñamo lo colgaban de las ventanillas desde las tablas de los asientos, con lo que la propia marcha del tren, los refrescaba.
Antes de salir de Aranjuez hacia la Mancha, casi todos los hombres nos habíamos despojado de la chaqueta y la corbata y llevábamos los cuellos de las camisas desabrochados y las mangas remangadas hasta el codo.
Viajaba con nosotros un cura que decía que era de Quintanar y una familia del barrio de Lavapiés, en cuya casa yo había entrado muchas veces con motivo de cobrar las inyecciones tan baratas y me parecía imposible que tuvieran poder adquisitivo, para ir de vacaciones a San Juan. De todos modos un miembro de esta familia que era algo más joven que yo y que era trilero en los parajes próximos a la estación de Atocha, me cucaba el ojo con picardía y se chanceaba del cura, con ese acento chuleta del barrio de Lavapiés y le decía al pobre cura vestido con una sotana negra y sudando, como todos, por todos los poros del cuerpo:
Es una pena Sr Cura, que no pueda usted quitarse la chaqueta como nosotros y lleva el riesgo, que con estos calores, coja usted el sarampión.
El cura disimulaba e intentaba leer en su breviario, pero al fín se salió al pasillo y surgieron los comentarios, sobre si el sarampión era producido por el calor o no. Al poco rato volvió el cura con dos o tres botones del cuello de la sotana desabrochados y un rollo bajo el brazo, y al volver a sentarse en el banco, el trilero volvió a embromarlo diciéndole que por muchos botones que se desabrochara, no era igual que quitarse la chaqueta y entonces el cura desenrolló el paquete que traía bajo el brazo y resultaron ser los pantalones y dijo con ironía: Sí que es pena sí, que ustedes no puedan quitarse los pantalones como yo, y llevan el riesgo de agarrar la escarlatina…
Acabadas de subir las cárcavas que forman las erosiones de los ríos Tajo y Guadarrama, en pleno agosto, entramos en las inmensas llanuras de la Mancha en la que se pierden las noción de las distancias y aunque por acuerdo general llevábamos todas las ventanas abiertas, el calor, era tan insoportable que el mismo viento que se generaba con la velocidad del tren era tan caliente, que quemaba y como además iba mezclado con la carbonilla nos cegaba los ojos y a nuestro pesar llorábamos lagrimones viejos………
Yo pensé que en el tedio de dejar pasar el tiempo y los monótonos paisajes que se sucedían agobiados de calor, veía espejismos en el desierto y resultaron ser las famosas Tablas de Daimiel, por las que estábamos atravesando.
Pero, sin lugar a dudas, lo más pesado de todo, eran las enormes paradas que hacía el tren en todas las paradas, de modo que antes de llegar a Albacete, ya habíamos comido cada uno lo de su talega y nos habíamos bebido el contenido del botijo de mis convencinos, los trileros del Barrio de Lavapiés.
En Albacete, pasó un empleado de RENFE, pregonando por el andén que la parada sería de quince minutos y el trilero se burlaba de él, cantando con el mismo sonsonete, «Y no paramos más, porque son muy brutos». Yo me atreví a acercarme a la cabina de la estación a tomarme una gasesosa que parecía un caldo de Maggi, pero el trilero, fue capaz de salir de la estación, e ir a una fuente pública a llenar el botijo que después de haber acabado la de Lozoya, la encontramos salada y amarga, y que a pesar de todo en el resto del camino nos hubimos de beber porque no teníamos otra cosa…..
En fin, cuando llegamos a Alicante eran pasadas las doce de la noche, y con mal cuerpo y peor ánimo desembarcamos todos los pasajeros del Exprés Botijo Tren y nos desparramamos cada uno a su sitio….
…….(de ocho de la mañana a doce de la noche)
.Fragmento del relato «De mis Memorias» de Faustino Franco Pascual, III premio de la Asociación de Jubilados Tiulados de Enfermería de Alicante
EL PLACER DE MIRAR: EL PASEO DE LA EXPLANADA

Lo veo y me gusta todo. Veo las ranuras del tranvia. Me gustan las palmeras robustas, con sus copas colmadas, abiertas como abanicos. Me gustan las cafeterías con sus mesas bajo los toldos. Me gustan los caballos, los carros, los cocheros, las distancias proporcionales entre unos y otros, las fachadas de las casas, el agüita y el barro de la calle. Me gusta todo. Le falta la intensa luz del Mediterráneo, el radiante sol, el azul del cielo, la brisa del mar a cinco metros. Se ve tranquila, hospitalaria, marinera; me emociona. Cerremos los ojos y entremos por un momento en la foto…¿nos sentamos allí y tomamos un cafécito? …..
. LA PENTINADORA ALICANTINA
Pentinadores – en valenciano-, llamaban en Alicante a las peinadoras a domicilio. Fueron las precursoras de las «coiffeur por dames» de nuestra época, sólo que mucho más económicas. Para evitar males y contagios, cada ama de casa que recibía estos servicios tenía una zafita de porcelana en la que echaba agua con zaragatona, obteniendo así una especiede fijador para las ondas que genralmente componía la peinadora. Se desenredaba el cabello, se cepillaba, limpiaba y peinaba usando «el pentinador» o peinador, también propiedad del ama de casa, un lienzo con tirilla ajustada que puesto al cuello cubría el cuerpo de la clienta, recogiendo la pentinadora, osea los cabellos que salían y se arrancaban. Había pentinadores muy bonitos: con puntillas, cintas de colores, volantitos, etc… En casa cada mujer tenía el suyo propio y no estaba «bien» coger el de la hermana. Esa generación de mujeres nunca comprendíó como con el paso del tiempo se podía perder esta costumbre .
Se utilizaba una especie de cepillo, aparte de los peines, de cerdas muy blandas que se humedecía con la citada mezcla de agua y zaragotana y por ello este tipo de peinado y ondulado se llamaba»al agua». No duraba como una permanente actual, pero las mujeres se sentían satisfechas una o dos veces por semana.
las «pentinadoras» fueron además, inocentes mensajeras de las noticias del barrio. Algunas con lenguas como cuchillos. Era natural de casa en casa…. Y quedaban !preciosas!.
Fuente : Oficios Pasados por el tiempo de Pepe Gil
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