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POEMAS EN LA MEMORIA
El palomar de las cartas
abre su imposible vuelo
desde las trémulas mesas
donde se apoya el recuerdo,
la gravedad de la ausencia,
el corazón, el silencio.
Oigo un latido de cartas
navegando hacia su centro.
Donde voy, con las mujeres
y con los hombres me encuentro,
malheridos por la ausencia
desgastados por el tiempo.
Cartas, relaciones, cartas:
tarjetas postales, sueños,
fragmentos de la ternura,
proyectados en el cielo,
lanzados de sangre a sangre
y de deseo a deseo.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.
Allá va mi carta cálida,
paloma forjada al fuego,
con las dos alas plegadas
y la dirección en medio.
Ave que sólo persigue,
para nido y aire y cielo,
carne, manos, ojos tuyos,
y el espacio de tu aliento.
Y te quedarás desnuda
dentro de tus sentimientos,
sin ropa, para sentirla
del todo contra tu pecho.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
Ayer se quedó una carta
abandonada y sin dueño,
volando sobre los ojos
de alguien que perdió su cuerpo.
Cartas que se quedan vivas
hablando para los muertos:
papel anhelante, humano,
sin ojos que puedan serlo.
Mientras los colmillos crecen,
cada vez más cerca siento
la leve voz de tu carta
igual que un clamor inmenso.
La recibiré dormido,
si no es posible despierto.
Y mis heridas serán
los derramados tinteros,
las bocas estremecidas
de rememorar tus besos,
y con su inaudita voz
han de repetir: te quiero.
Miguel Hernández
EL HOMBRE ACECHA
(1937-1939)
LA COMISIÓN CÍVICA DE ALICANTE organiza un acto el día 29 de homenaje a Miguel Hernández y a los españoles republicanos con poemas ante la tumba del poeta en Alicante
Foto 1ª españoles republicanos en Mauthaussen
Abajo, españolas y españoles en un campo de concentración en Francia.
«Tarde de monas» una entrañable tradición
Es propio del Domingo de Resurrección o Domingo de monas ir al campo. En Alicante hace años se solía ir a los dos Castillos: al de Santa Bárbara y al de San Fernando. Allí, entre los pinares, se reunían muchísimas familias; los niños y jóvenes pasaban la tarde saltando a la cuerda, aquí llamada la comba. Después se merendaba, y al finalizar, venía el postre que era la mona. (Ver «la mona» en la fotografía).
La tradición de «la mona» consiste en romper el huevo en la frente del otro antes de comértelo . A veces, todos escapábamos a la vez en nuestro intento de «esclafarlo»…por lo que se desarrollaban muchos trucos para acercarse » a la víctima», disimulando. Muchas veces al huevo cocido no se le rompía la cáscara y tenías que repetir la operación hasta pillar a otro desprevenido…. Algunos esperaban mucho tiempo con el huevo escondido en su bolsillo y cuando se habían reiniciado los juegos, aparecían de repente y te lo «esclafaban» en al frente..
En ocasiones, el huevo no estaba lo suficientemente cocido y derramaba su liquido por la cara del sorprendido ingenuo.
También había pactos: yo te lo rompo a tí y tú a mí. Y con solemnidad amistosa se cumplía el ritual; pero una vez más, el huevo se resistía a romperse… y siempre terminaba el rito a carcajadas…..!Cuánto nos divertíamos! …
Hoy en día, la tarde de monas es una tradición que se está recuperando más cada año..
Antonio Trujillo.
LAS MUJERES TEJÍAN INCANSABLEMENTE REDES DE SOLIDARIDAD Y CONVIVENCIA EN LA POSGUERRA (1)
NADA DE SOLEDADES
DOLORES JULIANO.
Los estudios modernos muestran que, en situaciones de crisis, la supervivencia del grupo familiar y la posibilidad de alimentar a los hijos, se apoyan crecienterrrente en redes de solidaridad femenina. En estas circunstancias, de las que la posguerra española es un buen ejemplo, las mujeres asumen las tareas productivas y las reproductivas; y el tiempo que dedican a «ganar el pan » lo obtienen desplazando hacia otras mujeres de la familia (fundamentalmente la madre, pero en algunos casos las hermanas, la suegra o amigas) la atención de los niños. De este modo, la cooperación entre mujeres, lejos de ser un fenómeno rnarginal, se constituye en el eje mismo sobre el que descansa la supervivencia del sistema social…..
…….A partir de esta óptica sesgada resulta muy difícil estudiar el asociacionismo femenino, que casi no ha dejado fuentes escritas, por lo que sólo a través de indagaciones a partir de fuentes orales podemos llegar a rescatar algunas de sus manifestaciones. Sin embargo, formaban parte de una amplia tradición de redes femeninas de aprendizaje laboral, que capacitaban a las jóvenes tanto en las tareas generales como en las específicas. Si tenemos en cuenta que muchas tareas que posteriormente se han profesionalizado y masculinizado como el cuidado de la salud, la crianza de los niños, la preparación y conservación de alimentos y vestidos, el cuidado y ornamentación del cuerpo y de la casa, eran tareas femeninas y necesitaban para realizarse cierta cantidad de preparación teórica y adiestramiento práctico, podemos entender que este adiestramiento lo recibían las novicias, de otras mujeres, dentro y fuera del hogar. Así las reuniones de curanderas, como los talleres de costureras o de peinadoras tenían el mismo objetivo laboral de capacitar a nuevas integrantes del grupo en las prácticas del arte respectivo.
Estas redes, femeninas familiares, las laborales, las de esparcimiento y las religiosas constituían un elemento de autorreproducción de la estructura social y no poseían efectos cuestionadores más que muy indirectamente, por el apoyo que brindaban a las mujeres integrantes de cada grupo, para desarrollar sus propios proyectos. Pero aún esta función indirecta parece haber entrado en colisión con el papel asignado socialmente a las mujeres, si vemos la incomodidad intelectual que ha producido el reconocimiento mismo de su existencia, que se ha materializado en una elaboración ideológica que niega la capacidad de las mujeres para mantener vínculos entre ellas y desvaloriza las relaciones que establecen.
Es evidente que las redes de relaciones femeninas pueden vehicular no sólo apoyo y solidaridad, sino también competencia y rivalidades, (como todas las relaciones humanas). No es por su «armonía interna «, (como propondría una aproximación funcionalista) por lo que merecen ser estudiadas, sino porque constituyen una parte tan significativa como negada de las relaciones sociales.
Existen muchos estudios de asociacionismo masculino (gremios, sindicatos, partidos políticos, clubs, sociedades gastronómicas, etc.) y muy pocos sobre redes femeninas, hasta el punto de que las herramientas para hacer el estudio de estas relaciones han debido construirse al efecto. La dificultad no resulta sólo del hecho de que las relaciones femeninas sean informales, sino de la circunstancia de que se desarrollan en ámbitos no acotados para un fin específico. Por eso entrevistas extensas e historias de vida como las que se recogen en este trabajo, constituyen una fuente insustituible para conocer el entramado social que unía a las distintas familias del Casco Viejo de Alicante, y acercarnos al papel central que en ese entramado cumplían mujeres tan notables como Marieta «La Pansaca «, Tona o Teresa «La guapa «. Leer las entrevistas nos permite asomarnos a ese mundo próximo y desconocido, en que primaban aún las relaciones interpersonales y donde las mujeres tejían incansablemente las redes de la solidaridad y de la convivencia.
ESTUDIOS MUNICIPALES: de «VIVA VOZ LA POSGUERRA EN EL CASCO ANTIGUO»
EL TREN BOTIJO MADRID – ALICANTE
Fotografía de 1930 en la que se ve a cada viajante con su maleta y su botijo para beber agua durante el viaje.

«Alicante en la Memoria» revive con este fragmento del relato «De mis Memorias» de Faustino Franco Pascual, III premio de la Asociación de Jubilados Tiulados de Enfermería de Alicante. Rememoramos vivencias de otros tiempos, llenas de simpatía.
Foto tren de Asturias. Es una muestra de lo que era la carbonilla, aunque este no era el tren botijo, porque no los ven.
A las 8 de la mañana, parte el tren botijo, que era el más barato hacia Alicante y con mucha pena y entre humaradas de la locomotora, vi alejarse la silueta de Victoria en el andén, mientras ambos nos lanzábamos besos con las manos…..
El 12 de enero de 1960, empecé a saber lo que era un viaje en el Transiberiano Botijo Exprés.
Andaba el tren, a mi parecer entonces, a gran velocidad, acompasado por «el tran- tran» del golpeteo de las ruedas contra las juntas de los trozos de rail, que a los distinguidísmos viajeros que íbamos apiñados en aquellos vagones de madera – después de skay verde- y dicho golpeteó nos servía de velocímetro y al empezar a divisar el Cerro de los Ángeles, se empezó a discutir la conveniencia de abrir o cerrar las ventanillas del vagón, porque el vagón , estaba empezándonos a martirizar. Algunos eran partidiarios de abrir de par en par para que corriera el aire, pero otros opinaban que según la dirección del viento si abríamos, el vagón se nos llenaría de humo y carbonilla.
Lo cierto es que cuando llegamos a Aranjuez ya habíamos hecho dos o tres paradas. En Aranjuez, hubo parada y fonda, y venían a ofrecernos, por su dinero cestillos de fresas y fresones . No podíamos alejarnos del tren, porque a pesar de que la parada, según anunciaban a voz en grito, sería de cinco minutos solamente, lo cierto es que estuvimos detenidos más de media hora, por lo que decían los privilegiados que llevaban reloj de bolsillo o de pulsera y corríamos el riesgo de que en cualquier momento el tren diera un pítido y se pusiera en marcha.
Allí me enteré por qué a aquel tren lo llamaban el tren botijo y es que los experimentados llevaban consigo unos botijos de barro blanco, llenos de la deliciosísima agua de Lozoya, y atado a una cuerda de cáñamo lo colgaban de las ventanillas desde las tablas de los asientos, con lo que la propia marcha del tren, los refrescaba.
Antes de salir de Aranjuez hacia la Mancha, casi todos los hombres nos habíamos despojado de la chaqueta y la corbata y llevábamos los cuellos de las camisas desabrochados y las mangas remangadas hasta el codo.
Viajaba con nosotros un cura que decía que era de Quintanar y una familia del barrio de Lavapiés, en cuya casa yo había entrado muchas veces con motivo de cobrar las inyecciones tan baratas y me parecía imposible que tuvieran poder adquisitivo, para ir de vacaciones a San Juan. De todos modos un miembro de esta familia que era algo más joven que yo y que era trilero en los parajes próximos a la estación de Atocha, me cucaba el ojo con picardía y se chanceaba del cura, con ese acento chuleta del barrio de Lavapiés y le decía al pobre cura vestido con una sotana negra y sudando, como todos, por todos los poros del cuerpo:
Es una pena Sr Cura, que no pueda usted quitarse la chaqueta como nosotros y lleva el riesgo, que con estos calores, coja usted el sarampión.
El cura disimulaba e intentaba leer en su breviario, pero al fín se salió al pasillo y surgieron los comentarios, sobre si el sarampión era producido por el calor o no. Al poco rato volvió el cura con dos o tres botones del cuello de la sotana desabrochados y un rollo bajo el brazo, y al volver a sentarse en el banco, el trilero volvió a embromarlo diciéndole que por muchos botones que se desabrochara, no era igual que quitarse la chaqueta y entonces el cura desenrolló el paquete que traía bajo el brazo y resultaron ser los pantalones y dijo con ironía: Sí que es pena sí, que ustedes no puedan quitarse los pantalones como yo, y llevan el riesgo de agarrar la escarlatina…
Acabadas de subir las cárcavas que forman las erosiones de los ríos Tajo y Guadarrama, en pleno agosto, entramos en las inmensas llanuras de la Mancha en la que se pierden las noción de las distancias y aunque por acuerdo general llevábamos todas las ventanas abiertas, el calor, era tan insoportable que el mismo viento que se generaba con la velocidad del tren era tan caliente, que quemaba y como además iba mezclado con la carbonilla nos cegaba los ojos y a nuestro pesar llorábamos lagrimones viejos………
Yo pensé que en el tedio de dejar pasar el tiempo y los monótonos paisajes que se sucedían agobiados de calor, veía espejismos en el desierto y resultaron ser las famosas Tablas de Daimiel, por las que estábamos atravesando.
Pero, sin lugar a dudas, lo más pesado de todo, eran las enormes paradas que hacía el tren en todas las paradas, de modo que antes de llegar a Albacete, ya habíamos comido cada uno lo de su talega y nos habíamos bebido el contenido del botijo de mis convencinos, los trileros del Barrio de Lavapiés.
En Albacete, pasó un empleado de RENFE, pregonando por el andén que la parada sería de quince minutos y el trilero se burlaba de él, cantando con el mismo sonsonete, «Y no paramos más, porque son muy brutos». Yo me atreví a acercarme a la cabina de la estación a tomarme una gasesosa que parecía un caldo de Maggi, pero el trilero, fue capaz de salir de la estación, e ir a una fuente pública a llenar el botijo que después de haber acabado la de Lozoya, la encontramos salada y amarga, y que a pesar de todo en el resto del camino nos hubimos de beber porque no teníamos otra cosa…..
En fin, cuando llegamos a Alicante eran pasadas las doce de la noche, y con mal cuerpo y peor ánimo desembarcamos todos los pasajeros del Exprés Botijo Tren y nos desparramamos cada uno a su sitio….
…….(de ocho de la mañana a doce de la noche)
.Fragmento del relato «De mis Memorias» de Faustino Franco Pascual, III premio de la Asociación de Jubilados Tiulados de Enfermería de Alicante
. LA PENTINADORA ALICANTINA
Pentinadores – en valenciano-, llamaban en Alicante a las peinadoras a domicilio. Fueron las precursoras de las «coiffeur por dames» de nuestra época, sólo que mucho más económicas. Para evitar males y contagios, cada ama de casa que recibía estos servicios tenía una zafita de porcelana en la que echaba agua con zaragatona, obteniendo así una especiede fijador para las ondas que genralmente componía la peinadora. Se desenredaba el cabello, se cepillaba, limpiaba y peinaba usando «el pentinador» o peinador, también propiedad del ama de casa, un lienzo con tirilla ajustada que puesto al cuello cubría el cuerpo de la clienta, recogiendo la pentinadora, osea los cabellos que salían y se arrancaban. Había pentinadores muy bonitos: con puntillas, cintas de colores, volantitos, etc… En casa cada mujer tenía el suyo propio y no estaba «bien» coger el de la hermana. Esa generación de mujeres nunca comprendíó como con el paso del tiempo se podía perder esta costumbre .
Se utilizaba una especie de cepillo, aparte de los peines, de cerdas muy blandas que se humedecía con la citada mezcla de agua y zaragotana y por ello este tipo de peinado y ondulado se llamaba»al agua». No duraba como una permanente actual, pero las mujeres se sentían satisfechas una o dos veces por semana.
las «pentinadoras» fueron además, inocentes mensajeras de las noticias del barrio. Algunas con lenguas como cuchillos. Era natural de casa en casa…. Y quedaban !preciosas!.
Fuente : Oficios Pasados por el tiempo de Pepe Gil
FOTÓGRAFOS AL MINUTO, OFICIOS ANTIGUOS ALICANTINOS.
Soldados, niñeras, forasteros que querían llevarse un recuerdo de la Explanada – mejor con barcos al fondo- parejas de novios y en general, gente que se retrataba por vez primera en su vida, hacían una pequeña cola alrededor del fotógrafo al minuto.
Un trapo negro para proteger la cámara de madera, con trípode; las manos del fotógrafo trajinando en el interior misteriosamente, sin que nadie supiera qué es lo que hacían -la realidad es que dentro del cajón estaba el laboratorio completo-, y ya preparado en el interior el papel fotográfico (marca «Minuto», por cierto) decirle al cliente con cierta guasa:
– Mire aquí, que va a salir un pajarito.
Y entonces el fotógrafo disparaba el obturador de lente apretando una perilla de goma, o destapando el objetivo.
El negativo así obtenido se exponía a otra lente, se fotografiaba tantas veces como copias hiciera falta y tras el proceso de revelado- las manos otra vez trajinando con el trapo negro protector- se sacaban las fotos y se metían unos minutos en un cubito con agua para aclararlas del hiposulfito. Las fotos se secaban rápidamente al sol o con ayuda de un paño y al cliente se le entregaban todavía húmedas. Ilusión cumplida. (Últimamente las costaban diez pesetas unidad. Años atrás dos pesetas).
Desde la «salida» del pajarito a la entrega de las fotos muy poco tiempo. Tan breve, que este profesional ya desaparecido fue ni más menos que un «fotógrafo al minuto».
Algunos fotógrafos disponían de un caballito de madera para retratar a los niños montados en él.
OFICOS PASADOS POR ELTIEMPO. Autor: Pepe GIL
Quienes los conocieron directamente o indirectamente por los comentarios de sus padres, saben valorar el mérito que tuvieron y recuerdan estas anécdotas entrañablemente.
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