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Cosas que veo en Alicante
LA CARA DEL MORO del CASTILLO NOS SONRIE
HAY INSTANTES QUE NOS LLENAN DE EMOCIÓN O DE ALEGRÍA… SON PEQUEÑAS COSAS..
BUEEENOOO,
CLaro, en Alicante siempre empieza y termina todo en el mar.
Alicante en la mirada y en el corazón.
LAS MUJERES TEJÍAN INCANSABLEMENTE REDES DE SOLIDARIDAD Y CONVIVENCIA EN LA POSGUERRA (1)
NADA DE SOLEDADES
DOLORES JULIANO.
Los estudios modernos muestran que, en situaciones de crisis, la supervivencia del grupo familiar y la posibilidad de alimentar a los hijos, se apoyan crecienterrrente en redes de solidaridad femenina. En estas circunstancias, de las que la posguerra española es un buen ejemplo, las mujeres asumen las tareas productivas y las reproductivas; y el tiempo que dedican a «ganar el pan » lo obtienen desplazando hacia otras mujeres de la familia (fundamentalmente la madre, pero en algunos casos las hermanas, la suegra o amigas) la atención de los niños. De este modo, la cooperación entre mujeres, lejos de ser un fenómeno rnarginal, se constituye en el eje mismo sobre el que descansa la supervivencia del sistema social…..
…….A partir de esta óptica sesgada resulta muy difícil estudiar el asociacionismo femenino, que casi no ha dejado fuentes escritas, por lo que sólo a través de indagaciones a partir de fuentes orales podemos llegar a rescatar algunas de sus manifestaciones. Sin embargo, formaban parte de una amplia tradición de redes femeninas de aprendizaje laboral, que capacitaban a las jóvenes tanto en las tareas generales como en las específicas. Si tenemos en cuenta que muchas tareas que posteriormente se han profesionalizado y masculinizado como el cuidado de la salud, la crianza de los niños, la preparación y conservación de alimentos y vestidos, el cuidado y ornamentación del cuerpo y de la casa, eran tareas femeninas y necesitaban para realizarse cierta cantidad de preparación teórica y adiestramiento práctico, podemos entender que este adiestramiento lo recibían las novicias, de otras mujeres, dentro y fuera del hogar. Así las reuniones de curanderas, como los talleres de costureras o de peinadoras tenían el mismo objetivo laboral de capacitar a nuevas integrantes del grupo en las prácticas del arte respectivo.
Estas redes, femeninas familiares, las laborales, las de esparcimiento y las religiosas constituían un elemento de autorreproducción de la estructura social y no poseían efectos cuestionadores más que muy indirectamente, por el apoyo que brindaban a las mujeres integrantes de cada grupo, para desarrollar sus propios proyectos. Pero aún esta función indirecta parece haber entrado en colisión con el papel asignado socialmente a las mujeres, si vemos la incomodidad intelectual que ha producido el reconocimiento mismo de su existencia, que se ha materializado en una elaboración ideológica que niega la capacidad de las mujeres para mantener vínculos entre ellas y desvaloriza las relaciones que establecen.
Es evidente que las redes de relaciones femeninas pueden vehicular no sólo apoyo y solidaridad, sino también competencia y rivalidades, (como todas las relaciones humanas). No es por su «armonía interna «, (como propondría una aproximación funcionalista) por lo que merecen ser estudiadas, sino porque constituyen una parte tan significativa como negada de las relaciones sociales.
Existen muchos estudios de asociacionismo masculino (gremios, sindicatos, partidos políticos, clubs, sociedades gastronómicas, etc.) y muy pocos sobre redes femeninas, hasta el punto de que las herramientas para hacer el estudio de estas relaciones han debido construirse al efecto. La dificultad no resulta sólo del hecho de que las relaciones femeninas sean informales, sino de la circunstancia de que se desarrollan en ámbitos no acotados para un fin específico. Por eso entrevistas extensas e historias de vida como las que se recogen en este trabajo, constituyen una fuente insustituible para conocer el entramado social que unía a las distintas familias del Casco Viejo de Alicante, y acercarnos al papel central que en ese entramado cumplían mujeres tan notables como Marieta «La Pansaca «, Tona o Teresa «La guapa «. Leer las entrevistas nos permite asomarnos a ese mundo próximo y desconocido, en que primaban aún las relaciones interpersonales y donde las mujeres tejían incansablemente las redes de la solidaridad y de la convivencia.
ESTUDIOS MUNICIPALES: de «VIVA VOZ LA POSGUERRA EN EL CASCO ANTIGUO»
EL TREN BOTIJO MADRID – ALICANTE
Fotografía de 1930 en la que se ve a cada viajante con su maleta y su botijo para beber agua durante el viaje.

«Alicante en la Memoria» revive con este fragmento del relato «De mis Memorias» de Faustino Franco Pascual, III premio de la Asociación de Jubilados Tiulados de Enfermería de Alicante. Rememoramos vivencias de otros tiempos, llenas de simpatía.
Foto tren de Asturias. Es una muestra de lo que era la carbonilla, aunque este no era el tren botijo, porque no los ven.
A las 8 de la mañana, parte el tren botijo, que era el más barato hacia Alicante y con mucha pena y entre humaradas de la locomotora, vi alejarse la silueta de Victoria en el andén, mientras ambos nos lanzábamos besos con las manos…..
El 12 de enero de 1960, empecé a saber lo que era un viaje en el Transiberiano Botijo Exprés.
Andaba el tren, a mi parecer entonces, a gran velocidad, acompasado por «el tran- tran» del golpeteo de las ruedas contra las juntas de los trozos de rail, que a los distinguidísmos viajeros que íbamos apiñados en aquellos vagones de madera – después de skay verde- y dicho golpeteó nos servía de velocímetro y al empezar a divisar el Cerro de los Ángeles, se empezó a discutir la conveniencia de abrir o cerrar las ventanillas del vagón, porque el vagón , estaba empezándonos a martirizar. Algunos eran partidiarios de abrir de par en par para que corriera el aire, pero otros opinaban que según la dirección del viento si abríamos, el vagón se nos llenaría de humo y carbonilla.
Lo cierto es que cuando llegamos a Aranjuez ya habíamos hecho dos o tres paradas. En Aranjuez, hubo parada y fonda, y venían a ofrecernos, por su dinero cestillos de fresas y fresones . No podíamos alejarnos del tren, porque a pesar de que la parada, según anunciaban a voz en grito, sería de cinco minutos solamente, lo cierto es que estuvimos detenidos más de media hora, por lo que decían los privilegiados que llevaban reloj de bolsillo o de pulsera y corríamos el riesgo de que en cualquier momento el tren diera un pítido y se pusiera en marcha.
Allí me enteré por qué a aquel tren lo llamaban el tren botijo y es que los experimentados llevaban consigo unos botijos de barro blanco, llenos de la deliciosísima agua de Lozoya, y atado a una cuerda de cáñamo lo colgaban de las ventanillas desde las tablas de los asientos, con lo que la propia marcha del tren, los refrescaba.
Antes de salir de Aranjuez hacia la Mancha, casi todos los hombres nos habíamos despojado de la chaqueta y la corbata y llevábamos los cuellos de las camisas desabrochados y las mangas remangadas hasta el codo.
Viajaba con nosotros un cura que decía que era de Quintanar y una familia del barrio de Lavapiés, en cuya casa yo había entrado muchas veces con motivo de cobrar las inyecciones tan baratas y me parecía imposible que tuvieran poder adquisitivo, para ir de vacaciones a San Juan. De todos modos un miembro de esta familia que era algo más joven que yo y que era trilero en los parajes próximos a la estación de Atocha, me cucaba el ojo con picardía y se chanceaba del cura, con ese acento chuleta del barrio de Lavapiés y le decía al pobre cura vestido con una sotana negra y sudando, como todos, por todos los poros del cuerpo:
Es una pena Sr Cura, que no pueda usted quitarse la chaqueta como nosotros y lleva el riesgo, que con estos calores, coja usted el sarampión.
El cura disimulaba e intentaba leer en su breviario, pero al fín se salió al pasillo y surgieron los comentarios, sobre si el sarampión era producido por el calor o no. Al poco rato volvió el cura con dos o tres botones del cuello de la sotana desabrochados y un rollo bajo el brazo, y al volver a sentarse en el banco, el trilero volvió a embromarlo diciéndole que por muchos botones que se desabrochara, no era igual que quitarse la chaqueta y entonces el cura desenrolló el paquete que traía bajo el brazo y resultaron ser los pantalones y dijo con ironía: Sí que es pena sí, que ustedes no puedan quitarse los pantalones como yo, y llevan el riesgo de agarrar la escarlatina…
Acabadas de subir las cárcavas que forman las erosiones de los ríos Tajo y Guadarrama, en pleno agosto, entramos en las inmensas llanuras de la Mancha en la que se pierden las noción de las distancias y aunque por acuerdo general llevábamos todas las ventanas abiertas, el calor, era tan insoportable que el mismo viento que se generaba con la velocidad del tren era tan caliente, que quemaba y como además iba mezclado con la carbonilla nos cegaba los ojos y a nuestro pesar llorábamos lagrimones viejos………
Yo pensé que en el tedio de dejar pasar el tiempo y los monótonos paisajes que se sucedían agobiados de calor, veía espejismos en el desierto y resultaron ser las famosas Tablas de Daimiel, por las que estábamos atravesando.
Pero, sin lugar a dudas, lo más pesado de todo, eran las enormes paradas que hacía el tren en todas las paradas, de modo que antes de llegar a Albacete, ya habíamos comido cada uno lo de su talega y nos habíamos bebido el contenido del botijo de mis convencinos, los trileros del Barrio de Lavapiés.
En Albacete, pasó un empleado de RENFE, pregonando por el andén que la parada sería de quince minutos y el trilero se burlaba de él, cantando con el mismo sonsonete, «Y no paramos más, porque son muy brutos». Yo me atreví a acercarme a la cabina de la estación a tomarme una gasesosa que parecía un caldo de Maggi, pero el trilero, fue capaz de salir de la estación, e ir a una fuente pública a llenar el botijo que después de haber acabado la de Lozoya, la encontramos salada y amarga, y que a pesar de todo en el resto del camino nos hubimos de beber porque no teníamos otra cosa…..
En fin, cuando llegamos a Alicante eran pasadas las doce de la noche, y con mal cuerpo y peor ánimo desembarcamos todos los pasajeros del Exprés Botijo Tren y nos desparramamos cada uno a su sitio….
…….(de ocho de la mañana a doce de la noche)
.Fragmento del relato «De mis Memorias» de Faustino Franco Pascual, III premio de la Asociación de Jubilados Tiulados de Enfermería de Alicante
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